Estamos en, casi, ninguna parte... (A. Dolina)











miércoles, 23 de abril de 2008




Mutra

[...]

Este día herido de muerte que se arrastra a lo largo del tiempo sin acabar de morir,

y el día que lo sigue y ya escarba impaciente la indecisa tierra del alba,

y los otros que esperan su hora en los vastos establos del año,

este día y sus cuatro cachorros, la mañana de cola de cristal y el mediodía con su ojo único,

el mediodía absorto en su luz, sentado en su esplendor,

la tarde rica en pájaros y la noche con sus luceros armados de punta en blanco, este día y las presencias que alza o derriba el sol con un simple aletazo:

[...]

todo este largo día con su terrible cargamento de seres y de cosas, encalla lentamente en el tiempo parado.

[...]

Todos vamos cayendo con el día, todos entramos en el túnel,

atravesamos corredores interminables cuyas paredes de aire sólido se cierran,

nos internamos en nosotros y a cada paso el animal humano jadea y se desploma,

retrocedemos, vamos hacia atrás, el animal pierde futuro a cada paso,

y lo erguido y duro y óseo en nosotros al fin cede y cae pesadamente en la boca madre.

[...]



Octavio Paz

miércoles, 16 de abril de 2008




Regreso por partida doble

No está.

Pero sé que vuelve.

Cuando las trombas endiabladas anuncien el ritmo de la aurora, llegará.

Cuando las horas interminables se agolpen alocadamente

en el seno de la oscuridad.

Y el cuerpo agonizante del mar se desplome en la orilla.


No temo.

Aunque truene su bocaza oscura.

Aunque la arena se desangre entre los dedos

y no haya esperanzas de mañana en esa danza rumiante y banal.

No temeré a los ojos que perforen horizontes

para explicar nuestra presencia.

Ni a las huestes de sal que se encabritarán sobre las aguas.


No tiemblo.

No te asustes.

Son los restos del día que se arrastran bajo mis pies sinceros.

Y no te extrañe que todo siga su curso

cuando la sombra rígida del viento nos quiebre las alas.

Me acurrucaré, entonces, en un rincón del cielo

y escucharé llegar sus errantes pisadas de animal sin dueño.


No me sigas.

No me esperes con la límpida paciencia de tus puños pedregosos

ni importunes con reclamos el sueño verbal de los poetas.

Tardaré más de la cuenta.

No me veas llorar.