Muy rápido.
Tan rápido como lo requiere la urgencia de consumir el presente en una carrera irracional hacia ninguna parte. La velocidad es un signo en la superficie de la conciencia globalizada.
Así transcurre el Ser, sobrenadando en el éter virtual, ese feudo necesario en el que se desdibujan las geografías de la identidad.
Premeditadamente, decidimos recortar una silueta precisa en el espacio web: una silueta destinada a suplantar otro recorte, el de la otredad, en la superficie del Yo. Y ese recorte, fugaz, preciso, viene a tomar la posta en el terreno del desencuentro. Y emprende la carrera: rápido, cada vez más rápido.
Velocidad y fragmentación en el recorrido de un mapa en el que el signo del signo de este presente demencial es el único tiempo posible.
La identidad virtual es, de alguna forma, la utopía de la multiplicación que pretende agostar los límites espaciales y temporales.
Un soplamocos absurdo e inútil a la faz bastarda de la finitud.
¿Qué otra cosa son esos recorridos tambaleantes, ese caminar tortuoso entre nodos inexistentes? Ese no saber cómo, ni cuándo, ni desde dónde se llegó adonde se llegó (si es que la llegada es un territorio posible).
La red puede (y quiere) ser un paseo entre vidrieras que muestran lo inexistente.
Solo un retraso en el camino hacia ese lugar donde no queremos llegar. Un tentempié de lecturas rápidas, breves. Lecturas incompletas de la realidad que vienen a ocultar malamente la sombra de un vacío cuya extensión se mide en gigabytes.
¿Qué sucede en la mente cuando nada sucede?
¿Qué sucede cuando la velocidad es tal que nos lleva con la premura del rayo hacia ningún lugar?
¿Dónde se está cuando se transita en el espacio ilusorio en el que se puede estar en todos lados y al mismo tiempo en ninguna parte?
Homogeneidad, fragmentación, un salto fugaz hacia la nada: la multiplicación infinita de la banalidad en un recinto de espejos, donde nadie realmente es quien dice ser, pues nadie sabe quién es, en realidad.
Aun a riesgo de confundir desencanto con verdad; frente a la pared boreal de este cuarto de espejos, hoy, aquí, habré de detenerme. Habré de pegar el salto desde este rincón final del discurso, fragmentario -como yo-. Lleno de hoquedades y precipicios, lleno de vacíos que se agigantan.
Habré de detenerme, solamente para intentar saber quién fui antes del principio.
El video es cortesía no demasiado voluntaria de "agusacosta".