Estamos en, casi, ninguna parte... (A. Dolina)











miércoles, 19 de marzo de 2008

La triste figura


Caballero Diego:

No se vaya sin decir en qué momento la imagen fue espejo.

No se vaya sin revelar el punto exacto en el que la realidad hizo esquina con la ficción.

No se vaya, Caballero Diego.

No ahora.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

María,
Diego encontró la paz que buscaba.
Quiero que me escribas por favor.
TQM,

Anónimo dijo...

Está científicamente demostrado que el Caballero Diego no se ha ido, pero los obstinados sensibleros insistimos con que tiene que hablarnos de sus pasta frolas hasta el hartazgo.
Fuiste muy linda con él, debieras saber que esa medalla no se entrega al pasar. Hiciste mucho más que cualquier otra persona, le pusiste entusiasmo a la ilusión, humor al quiebre, entereza a la resignación y mucho arte, hasta para decir hasta luego.
Te mando un beso por mejilla, una tradición nueva en mi casa que desafía las leyes naturales y corrobora que existen antídotos contra la muerte.

Daniel Os

Steki dijo...

María, queridísima María:
Diego en algún lado está.
No te preguntes nada.
No te cuestiones nada.
No te culpes de nada.
Conservá lo mejor de él.
Lo que te dejó.
Seguramente lo guardás en tu corazón.
Te quiero mucho!
BACI, STEKI.

María dijo...

Muchas gracias, pero permítanme decirles que los familiares y amigos merecen mucho más estos comentarios.
Sobre todo vos, Daniel, que has sabido acompañarlo, mientras se pudo, con el mismo antídoto (el del arte) que yo intentaba balbucear en mi media lengua.

En el cyberespacio, el azar o el viento (Diego dixit) han reunido alguna vez a nuestros personajes. Allí los símbolos arrasaron con la lógica falaz de las estadísticas y nos dejaron asombrados y mudos frente a un destino tan conocido como inexplicable.

Rememoro lo dicho por algún poeta de barrio cuando pienso que Diego ha susurrado una verdad indiscutible (verdad ésta que, por un momento, hasta yo había olvidado): "El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia..."

Daniel Os dijo...

Me pregunto, María, ¿por qué la "triste" figura...? no quisiera caer en la cursilería de que celebramos su vida en vez de lamentar su muerte, pero a pesar de que encontró la muerte como solución a la tristeza no creo que su vida pueda ser definida por su última etapa.

Su última visión del mundo fue desconsolada, pero no desconsoladora. Y hasta antes de esa última figura, Diego fue noble (lo representaste con un humor elevadísimo vestido de Caballero enamorado y lo hiciste con un fino arte que no permitiré que nadie lo llame balbuceo a media lengua). Fue apasionado, fue leal, fue frívolo, fue desordenado, fue antiestético, fue de mente abierta, fue comprensivo, fue divertido, fue familiero, fue futbolero y otros miles de "fues" que no le conocí.

La tristeza fue sólo lo útlimo.

Un helado de crema con una cereza en la cima no es un helado de cereza.

María dijo...

Es cierto, Daniel.
Buen ejemplo, el de la cereza.

El Quijote fue conocido como "caballero de la triste figura". Sin embargo, lo recordamos más bien como el idealista, el que se enfrenta a la lucha aun creyendo que sus enemigos son gigantes, aquel que lleva la imagen amada hasta las alturas, despojándola de todo aquello que no sea la perfección.

Qué curioso. Aquel caballero también tenía una imagen desconsolada pero nunca desconsoladora.

Igual, tenés razón.
Yo sólo tuve la oportunidad de conocer esa sombra. No puedo restringir a esas proporciones a quien la proyectaba.

Anónimo dijo...

María, sinceramente ingresé a tu blog de casualidad, pero me gustaría saber quién es el tan mencionado, caballero Diego, quizá es el bloger de Pueblo Chico Infierno Grande? (por favor, respondeme)

María dijo...

Anónimo:
El caballero Diego es alguien quien no admite definiciones demasiado fáciles.
En principio, no tiene absolutamente nada que ver con con quien mencionás, que, quiero suponer, anda por el mundo lo más campante.
Después, está que el Caballero Diego ha sido casi un hermano virtual y/o real para algunos de los que discurrimos por aquí y por otros rincones virtuales, en una tragedia (en lo que a género teatral se refiere) que se tornó irremediablemente verosímil.

Para algunos, su presencia y su ausencia han sido una invitación a reencontrarnos con el costado más
humano de nosotros mismos.
Una cuestión de mímesis y pathos, que nos asocia en un único e inevitable destino más acá o más allá de la realidad virtual.