Estamos en, casi, ninguna parte... (A. Dolina)











domingo, 27 de septiembre de 2009

Anagnórisis II

Una mañana de julio comprobó -no sin cierto dejo de inquietud- que su rostro, visto en el espejo de bordes carcomidos, empalidecía y se tornaba extrañamente difuso. Se desdibujaba, como si un punto central fuera absorbiendo gravitatoriamente las líneas, los colores, los ángulos...

-Una visita urgente al oftalmólogo... - había pensado alguna vez, e insistió con ello.

Mientras tanto, no dejó de notar más allá de los límites del recorte borroso que insistía con remedar sus mohines de manera absurda e incompleta, que la habitación se había llenado con la extraña presencia.

Se levantó un tanto, movió la cabeza a izquierda y derecha para poder apreciar mejor en los diferentes ángulos eso que las tangentes le habían devuelto siempre mejor que si mirara la realidad de frente y sin pudores; tocó la superficie fría con la nariz, intentando adivinar en los vértices oscuros de la bidimensión alguna evidencia de lo conocible. Escudriñó sigilosamente el eje mismo de las simetrías humedecidas por el aliento cercano. Y sí. Allí estaban.

Un descuido, tal vez una ventana mal cerrada que había cedido con algún furioso viento el otoño último o el espacio anoréxico en las persistentes rendijas de la puerta. Por algún lado habían entrado las pequeñas invasoras en hileritas viboreantes y ahora recorrían los tirantes del techo y los bordes de los muebles.

Recordó a Octavio Paz mientras sacudía los almohadones inútilmente para comprobar luego que seguían allí, imperturbables y frías.

"Chillen, putas..."

Cada tanto volvía al espejo y comprobaba que eran cada vez más. Inmutables en su actitud de denuncia. Hubiera querido correr hasta el baño y volver con una pincita. Meter su mano en el cristal y extraerlas una a una, con pretensión de cirujano, sin romperles los huesitos diminutos (las palabras no son tan gelatinosas como simulan a veces).

Pero ahí estaban. Orgullosamente tendidas sobre la imagen de la mesa y los papeles, bajo las patas de los muebles que ahora se retorcían cada tanto, urgidos por la urticante cercanía de las consonantes.
O, al menos, eso mostraba el reflejo oscilante cuando se corrían las cortinas y entraba alguna luz en la habitación -aunque... debería admitirlo ya mismo- la visión comenzaba a suceder incluso entre las sombras.

Nunca supo del todo cuándo había empezado aquello. Creo que comprendió que se había convertido en un auténtico problema el día que comprobó espantada, tras la mirada extrañada de un vendedor de cospeles, que se había puesto un zapato de cada color (minutos antes y a pesar de haber sido interrogado varias veces, el cada vez menos confiable y más asimétrico enemigo no había denunciado la menor diferencia entre ambos pies).

Y era que las pequeñas y peluditas palabrejas desordenadas habían perforado completamente lo que intentara ver de sí en el espejo. Al punto que volvían harto dificultosa la tarea de establecer si su imagen era más o menos presentable antes de salir a la calle.

-¿Será que las paredes oscuras...? ¿Que la poca iluminación y por eso...?-. Ya se sabe cuán fácil es para ciertas mujeres el excusar a sus verdugos más hostiles.

Y además estaba eso de las columnas de hormiguitas con y sin serif adheridas en los muebles, arrastrándose en el piso, bajo la alfombra y sobre ella. Si tenían relación ambas cosas, no importaba mucho, valga decir solamente que las extrañezas habían comenzado más o menos a la misma altura del año.

Ya lo sabe cualquier lector de horóscopos más o menos avezado en la materia: la concomitancia de fechas puede alcanzar para asignarle un destino similar (cercano a la heroicidad o al más sórdido de los anonimatos) tanto al heladero agnóstico de Punta Lara como al misionero anglicano de Otawa.

No fue si no hasta un martes, unos meses después, que confirmó sin demasiado sobresalto, que el curioso mentidor había persistido en sus dudosos registros hasta reemplazar limpiamente su reflejo más o menos pálido y treintañero con todo y zapatos, por un extenso tratado escrito en lenguas (si hablo de la mezcla de idiomas), que si hablo de superficies de escritura podría referir la habitación entera, o aquello que en el halo cristalino podía reflejarse. Entonces, ya no hubo dudas en cuanto al punto de contacto entre la filtración subrepticia de verbos y adjetivos hormigueantes dentro de la casa y la pérdida gradual de la nitidez en la imagen que devolvía el interior del marco avejentado. Algún adverbio, a lo sumo, podía declararse decididamente inocente, aunque fuera casi inútil hacerlo en medio de tanto desorden de conceptos que desmentían categóricamente cuanto intentara duplicarse en el espejo.

-Inútil descrifrarlo- musitó ella mientras leía un tomo de la biblioteca que fuera más amable que todo el desorden de signos que decoraba el empapelado y las cortinas.
Al dar vuelta la última página del que reunía la obra entera de Sófocles, comprendió que Edipo había decidido arrancarse los ojos para ver, por fin, lo ocultado por la soberbia pretensión de saber lo que le estaba vedado, de saber lo que las palabras le mostraban y ocultaban a la vez.

-Para saber quién era él mismo...- pensó mientras le daba la espalda a su imagen ausente.


(Edición corregida y aumentada, para desgracia de los paseantes.)

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4 comentarios:

Daniel Os dijo...

Entonces es cierto que las estaciones traen nuevos colores… no por el negro devenido en azules iluminados en este espacio, más bien por los colores que trae la revelación, aunque insista en el desvanecimiento de la imagen.
Saludos a la Yocasta agnóstica, al obsesivo viejo Sigmundo y por si acaso a don Friedrich, el héroe desequilibrado.
D.

María dijo...

Caramba, Os.
No me dio tiempo ni de retractarme de las involuntarias discordancias y repeticiones innecesarias.
Así no hay pluma que aguante.

Claudia Sánchez dijo...

María Bonita! me gusta esta nueva luz en tu casa, que además mantiene los azules de tu fría ciudad, apenas entibiada por la primavera.
Cerrar los ojos para ver (nada de arrancárselos nena, basta de tragedia griega!) lo mismo que para escuchar con atención, como para percibir la sutileza de cualquier sentido, es fantástico. Nos lleva de viaje al interior de nosotros mismos, allí donde reside nuestra genialidad (de mi bella genio encerrada en una lámpara eh?)

Besos,

Steki dijo...

Parece que andamos con los espejos, jeje.
Bravo por tu escrito, María linda.
Me gusta ver a los amigos de siempre por acà, como en viejas épocas, no?
Espero todo ande mejor para vos.
Cuidate.
Besote.